Libro Negro del Psicoanálisis. El Libro que mata a Freud
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El Libro que mata a Freud | ||||
Ni el complejo de Edipo ni la elaboración de duelo tienen base científica. Psicólogos, expertos y pacientes las emprenden contra el siquiatra austríaco. Los mitos sobre la homosexualidad. Adelanto exclusivo para Chile del Libro Negro del Psicoanálisis. | ||||
Freud y la cocaína Por Han Israëls. Historiador de la psicología. Autor de "El caso Freud. Histeria y cocaína". En 1884 Freud, que entonces tenía 28 años, comenzó sus experiencias con la cocaína, una sustancia relativamente mal conocida en aquella época. Freud quería descubrir algo. Intenta así utilizar la cocaína como medio de liberarse de la morfinomanía: había leído en una revista norteamericana que eso era posible. Lleva a cabo la experiencia con Ernst von Fleischl-Marxow, un colega y amigo que se había vuelto morfinómano luego de una penosa operación quirúrgica. Si se da crédito a las publicaciones de Freud, la desintoxicación de la morfina fue un acierto total. En 1884, escribe que el morfinómano en cuestión –del que evidentemente no proporciona el nombre– había logrado de inmediato, gracias a la cocaína, abstenerse de la morfina sin padecer síntomas de abstinencia importantes y que además, diez días más tarde, había dejado de tomar cocaína. En 1887 afirmó que era posible curar la morfinomanía por la cocaína y que él había participado directamente en la cura de este tipo, que había sido un éxito total. Pero en su correspondencia privada, Freud cuenta, ofreciendo detalles, una historia muy distinta. (...) En mayo de 1885, un año después del comienzo del tratamiento, Freud anota en una carta a Martha que Fleischl sólo sobrevivía con ayuda de cocaína y de morfina, y que había utilizado grandes cantidades de cocaína durante los últimos meses. El consumo había sido tal que le había provocado una intoxicación crónica cuyas consecuencias eran un grave insomnio y una suerte de deliriums tremens. Se sentía tan mal que prometía suicidarse luego de la muerte de sus padres. (...) La lección de esta historia es la siguiente: en sus publicaciones, Freud no tuvo ningún escrúpulo en presentar una terapia desastrosa como un éxito resonante. Un investigador que comunica sus resultados de este modo no merece ser tomado con seriedad. Sólo se puede calificar de estafador. Los pacientes imaginarios Por Mikkel Borch-Jacobsen. Filósofo. Autor de siete libros sobre psiquiatría e historia del psicoanálisis. Una de las razones por las cuales ha sido necesario tanto tiempo para hacerse una idea más precisa de la eficacia de los análisis practicados por Freud es que evidentemente no se conocía la identidad real de sus pacientes. Protegido por el secreto médico, Freud podía entonces permitirse escribir lo que fuera, y sólo muy progresivamente se hizo camino la verdad, a medida que los historiadores lograban identificar a las personas que se ocultaban detrás de los nombres pintorescos de "Elisabeth von R.", del "Hombre de los Lobos" o del "Pequeño Hans". (..) El balance resulta poco convincente. Señorita Anna O.: Sabemos ya que Bertha Pappenheim no se había curado en absoluto de ningún síntoma histérico por la "cura por la palabra" de Breuer, contrariamente a las aseveraciones repetidas por Freud. Se comprende, en estas condiciones, que ella haya sido más que escéptica en relación con el psicoanálisis: según el testimonio de Dora Edinger, "Bertha Pappenheim no habló nunca de ese período de su vida y se oponía con vehemencia a toda sugerencia de un tratamiento psicoanalítico para las personas que tenía a su cargo, ante la gran sorpresa de la gente que trabajaba con ella". Cecilia M.: Su verdadero nombre era Anna von Lieben, nacida baronesa de Tedesco. Esta paciente muy importante (y muy rica) que Freud llamaba su "Maestra" (Lehrmeisterin) sufría también múltiples síntomas y excentricidades. Era además morfinómana. Según Peter J. Swales, que fue el primero en identificarla públicamente, su tratamiento con Freud, que duró de 1887 a 1893, no produjo ninguna mejoría en su estado, sino al contrario. Su hija declaró más tarde a Kurt Eissler –que la entrevistó para los Archivos Freud– que la familia detestaba cordialmente a Freud ("todos lo odiábamos") y que la paciente misma se interesaba mucho menos por la cura catártica que por las dosis de morfina que su doctor le administraba con liberalidad: "Vamos, lo único que esperaba de él era la morfina". El Pequeño Hans: "La historia de enfermedad y curación" del pequeño Herbert Graf no fue tal, como tampoco las de Aurelia Kronich o Ida Bauer. Freud y el padre del niño, Max Graf, gastaron tesoros de ingeniosidad psicoanalítica para la curación de aquello que Freud llamó una fobia a los caballos, considerando que provenía del complejo de castración del pequeño niño. Herbert, que evidentemente parecía tener más sentido común que sus dos terapeutas, atribuía su miedo a los caballos y a otros grandes animales a un accidente de ómnibus del que había sido testigo, en el curso del cual dos caballos habían caído para atrás. En esta segunda hipótesis, mucho más simple y prosaica, no hay por qué asombrarse de que la angustia del niño por los animales se haya atenuado espontáneamente después de un tiempo. ¡Lo sorprendente es más bien que Herbert haya salido indemne del espantoso interrogatorio edípico-policial al que su padre y Freud lo sometieron! El Hombre de los Lobos: En el caso de Sergius Pankejeff, podemos evaluar la eficacia a largo plazo de sus dos momentos de análisis con Freud, y es rigurosamente nula: sesenta años después, Pankejeff seguía siendo víctima de pensamientos obsesivos y de ataques de depresión profunda, a pesar de un seguimiento analítico casi constante por parte de los discípulos de Freud. Este brillante éxito terapéutico fue en realidad un fracaso total. Una nebulosa sin consistencia Por Mikkel Borch-Jacobsen. (...) ¿Qué hay en la teoría psicoanalítica que la vuelve capaz de cumplir tantas funciones? Nada, según mi opinión: precisamente porque es perfectamente vacía, perfectamente hueca, esta teoría pudo propagarse como lo hizo, y adaptarse a contextos tan distintos. Se equivoca quien se pregunta qué explica el éxito del psicoanálisis, ya que nunca hubo algo como el psicoanálisis, al menos entendiéndolo como un cuerpo de doctrina coherente, organizada en torno a tesis claramente definidas y por consiguiente potencialmente refutables. El psicoanálisis no existe; es una nebulosa sin consistencia, un blanco en perpetuo movimiento. ¿Qué hay en común entre las teorías de Freud y las de Rank, de Ferenczi, de Reich, de Melanie Klein, de Karen Horney, de Imre Hermann, de Winnicott, de Bion, de Bowlby, de Kohut, de Lacan, de Laplanche, de André Green, de Slavoj Zizek, de Julia Kristeva, de Juliet Mitchell? Más aún, ¿qué hay en común entre la teoría de la histeria profesada por Freud en 1895, la teoría de la seducción de los años 1896-1897, la teoría de la sexualidad del año 1900, la segunda teoría de las pulsiones de 1914, la segunda tópica y la tercera teoría de las pulsiones de los años veinte? Alcanza con consultar cualquier artículo del "Diccionario del psicoanálisis" de Laplanche y Pontalis para darse cuenta de que el "psicoanálisis" ha sido desde el comienzo una teoría que se renueva (o flota) permanentemente, capaz de tomar los virajes más inesperados. (...) Freud se permitió a menudo cambiar sus teorías cuando percibía que estaban invalidadas por los hechos (Clark Glymour, Adolf Grünbaum), pero se confunde rigor falsacionista y oportunismo teórico. Ningún "hecho" era susceptible de refutar las teorías de Freud, las adaptaba a las objeciones que se les hacían. El psicoanálisis decepcionó al mismo Freud Por Isabelle Stengers. Filósofa de las ciencias belga. Final de su vida, en el artículo "Análisis terminable e interminable" de 1937, Freud confiesa en términos muy claros el fracaso de toda su empresa. (...) Freud mostró con enorme insistencia que la relación de fuerzas entre el paciente y el analista es desfavorable para este último, en el sentido de que todo lo que puede movilizar en contra de las resistencias del paciente no basta, la mayoría de las veces, para vencerlas. Entonces la técnica psicoanalítica no ha cumplido sus promesas, decepcionó al viejo Freud exactamente de la misma manera en que la hipnosis lo había decepcionado en los tiempos del inicio del psicoanálisis. Desde este punto de vista, este artículo pone un punto al psicoanálisis, un punto verdaderamente final, y, si uno lo lee desde esta perspectiva, como nosotros lo hemos hecho, es algo que resulta del todo evidente. Encontramos que la mayor parte de los psicoanalistas no lo lee de este modo. Prefieren adoptar otra lectura, que por otra parte ha sido sugerida por el propio Freud: ¿el psicoanálisis es un oficio imposible? Bueno, glorifiquémonos entonces de la práctica a pesar de todo, con todo conocimiento de causa. (...) Uno puede, sin embargo, plantearse con seriedad preguntas sobre esta última "defensa" del psicoanálisis, que se parece mucho a una pirueta. Porque Freud, antes, unía sin ambigüedades lo cualitativo y lo cuantitativo, en otras palabras, la teoría (la ciencia) y la técnica (la curación). Es el factor cuantitativo, es decir, el alivio eficaz de la curación psicoanalítica, el que le ha servido para promover el análisis como una psicoterapia-que-no-es-como-las-otras. De golpe, uno advierte que ese "hemos tenido razón cualitativamente" suena muy hueco. Flota en el aire, ya que ha perdido todo el apoyo que Freud le había dado antes. En realidad, ese "cualitativamente nosotros tenemos razón" equivale simplemente a un "existimos y vamos a continuar existiendo". Y es así como lo han entendido los psicoanalistas: "Sí, reconocemos que la mayoría de las curaciones son interminables y se saldan por un fracaso, ya que la grandeza del psicoanálisis es reconocerlo y no satisfacerse con falsas curaciones". Los honorarios sin escrúpulos Por Peter Swales. Historiador del psicoanálisis galés. Tres años más tarde (en 1913), en un ensayo titulado "Nuevos consejos sobre la técnica del psicoanálisis", Freud aborda la cuestión de los honorarios, un tema que omitió profundizar siempre en su obra publicada –tan lamentablemente, hay que señalarlo. Recomienda a los practicantes adoptar desde el comienzo una actitud muy franca. Deben convenir expresamente, con audacia y sin escrúpulos, honorarios suficientemente altos para que los clientes potenciales tengan la impresión de que la prestación que les será propuesta tiene valor. A la "cuestión molesta" de la duración del tratamiento –una cuestión "a la que, de hecho, es casi imposible responder"– Freud argumenta que un analista sólo puede dar garantía de que durará "más de lo que prevé el paciente". Freud sostuvo que los honorarios elevados estaban justificados por el hecho de que, cualquiera fuera la duración del tratamiento, el psicoanálisis contaba con su promesa de partida: la cura de la neurosis. Por otra parte, es a partir de consideraciones terapéuticas que él recomendó esa actitud interesada; después de todo, la reducción progresiva del volumen del portafolio o del contenido de los bolsillos del paciente podía servirle de aguijón para mejorar en la vida. En virtud de este razonamiento y de la idea de que el pago de honorarios permitía mantener la relación entre el doctor y su paciente en un plan estrictamente profesional, el psicoanalista estaba entonces por la fuerza de las cosas en la imposibilidad de seguir con los pacientes por caridad, lo que, de todas formas, habida cuenta de los tiempos pasados, había sido fuertemente perjudicial para sus ingresos. El corolario era que se les negaba a los pobres el beneficio del psicoanálisis, y que sólo merced a los dones del dinero, cualesquiera que fueran, podían hacer desaparecer sus neurosis. Con tales propósitos, Freud afirmaba hablar con conocimiento de causa. Durante diez años, preocupado por hacer llegar la luz hasta los secretos de la neurosis, había atendido siempre a uno o dos pacientes gratis; luego las cosas tomaban un carácter inevitablemente personal, arruinando de manera irreversible la alianza terapéutica. Cualquiera puede ser psicoanalista Por Jacques Van Rillaer. Profesor de Psicología de la Universidad de Louvain-la-Neuve en Bélgica. Detengámonos un poco más en el hecho de que el psicoanálisis es una actividad fácil, lo que poca gente comprende, salvo quienes lo han practicado. Sin embargo, el propio Freud lo ha dicho y lo ha repetido: "La técnica del psicoanálisis es mucho más fácil de aplicar de lo que uno se imagina a partir de su descripción". La regla de atención flotante, que dirige el modo en que el psicoanalista escucha, "permite economizar un esfuerzo de atención que no se podría mantener todos los días durante horas". "Cada uno posee en su propio inconsciente un instrumento con el cual puede interpretar las expresiones del inconsciente de los demás". "El trabajo analítico es un arte de la interpretación, cuyo manejo concluyente demanda cierto tacto y práctica, pero que no es difícil aprender". (...) En una curación, el analista freudiano adopta esencialmente tres tipos de actividad: (a) escuchar en estado de atención flotante, es decir, sin el esfuerzo de atención; (b) emitir regularmente "hummmm", para asegurarle al cliente que se le está escuchando y que tiene interés en continuar asociando "libremente"… sobre temas freudianos; (c) hacer de tiempo en tiempo interpretaciones, a veces comprensibles, a veces enigmáticas. La decodificación psicoanalítica es muy simple: en gran parte, consiste en separar las palabras –llamadas "significantes"– y en señalar analogías o significaciones simbólicas. Esto es accesible a toda persona que terminó el secundario y que leyó algunos libros de psicoanálisis. Cuando el cliente hace preguntas comprometedoras, sólo hace falta devolverle el fardo: "¿Por qué me pregunta eso?", "¿Qué interpela eso?", etc. Sus críticas y sus oposiciones se interpretarán como "resistencias", "negaciones" o manifestaciones de una "transferencia hostil". Nunca remiten al analista en cuestión. Cualquiera puede autorizarse como "psicoanalista" y ejercer este oficio, que no tiene estatus legal. Desde que el psicoanálisis ha tenido éxito, numerosas personas lo han practicado sin haber hecho estudios de psicología o de psiquiatría. La táctica de la jerga incomprensible Por Jacques Van Rillaer. (...) Lacan explotó sin avergonzarse la táctica de interpretaciones sibilinas. Los alumnos-analizantes intentaban, en grupo, decodificar sus palabras. Jean-Guy Godin escribió, en el diario de su análisis didáctico con el maestro parisino: "Por supuesto, la estrategia –digamos el cálculo de Lacan– era uno de nuestros temas de conversación regular en ese bistró donde estábamos; ya que sus intervenciones presentaban siempre un costado enigmático, algo indecible: ¿se podía apostar con certeza acerca de la presencia de intenciones o sobre la ausencia de segundas intenciones?". Para sus admiradores, Lacan podía producir cualquier asociación libre y decir lo que sea: ellos se encargarían luego de otorgarle un sentido, un sentido profundamente bien comprendido. Las mentiras de Freud Por Frank Cioffi. Epistemólogo norteamericano. Autor de "Freud y la cuestión de la pseudociencia". Sigmund Freud pudo haber sido un gran hombre, pero no era por ello un hombre honorable. Grande por la imaginación y la elocuencia, se deshonró al dirigir un movimiento dogmático en interés del cual nunca dejó de perjurar. Es posible que haya sido herido, alguna vez, por su tendencia a renegar de sus ideales. (...) Entre las mentiras de Freud, se pueden citar las siguientes: que descubrió el complejo de Edipo sobre la base de falsos recuerdos de seducción paterna; que había una vez una joven llamada Anna O.; que su teoría de la sexualidad ha sido confirmada por la observación directa que emprendió de los niños; y que no tenía ninguna idea preconcebida en cuanto a la influencia de la sexualidad cuando comenzó a analizar a sus pacientes, por lo que la supuesta corroboración no pudo ser debida a la sugestión. (...) Algunos reconocen las mentiras de Freud, pero las perdonan en virtud de verdades que no han sido sin embargo transmitidas y de sus consecuencias benéficas. Este razonamiento no es nuevo. Un historiador norteamericano, escandalizado por el rechazo de Speer a admitir que estaba al tanto de la "solución final" (de los nazis) y persuadido de que había mentido cuando rechazó asistir a una conferencia sobre este tema, habría modificado el informe de los debates, de manera que Himmler parecía dirigirse directamente a Speer. Un filósofo de las ciencias canadiense le concedió a Freud las mismas circunstancias atenuantes: "Freud, como muchos teóricos celosos, sin dudas falsificó las pruebas en función de la teoría. Freud demostró un compromiso apasionado por la Verdad, la verdad profunda, subyacente, en tanto que valor. Este compromiso ideológico es totalmente compatible con el hecho de mentir como un zapador, y hasta puede incluso exigirlo". ¿El psicoanálisis cura? Por Jean Cottraux. Psiquiatra francés. Director de la unidad de tratamiento de la ansiedad del hospital de la Universidad de Lyon. ¿Exploración indefinida o cura de las mentes con problemas? ¿Disciplina reina del conocimiento de sí o método terapéutico? ¿Desarrollo personal o terapia? Los psicoanalistas han sabido aprovechar esta ambigüedad notablemente. Cuando se les pregunta sobre la eficacia de la terapéutica, responden que su objetivo último es el conocimiento de sí. Cuando se les exige que justifiquen los conocimientos que adquirieron por este método, dicen que la prueba brillante son sus resultados terapéuticos y que éstos se miden con la vara de los testimonios de cada caso definitivamente curado. A este doble lenguaje se añade a veces la arrogancia frente a los demás tratamientos psicológicos y farmacológicos. Estos últimos se orientan a tratar pero no a curar. El psicoanálisis cambiaría las estructuras mentales mientras que los otros métodos no harían más que desplazar los síntomas. Sin embargo, los capítulos de este libro no permiten afirmar que la cura sea muy frecuente en psicoanálisis, incluso en las manos particularmente esclarecidas del padre del psicoanálisis. El mito de la sustitución de los síntomas en las otras formas de psicoterapia, en particular de las terapias cognitivo-conductuales, ha recorrido un largo trecho. En nuestros días, la cuestión de los resultados del psicoanálisis agita no sólo al mundo de los psicoanalistas, sino también al gran público. Éste está mejor informado y deseoso por comprender qué le espera en el diván, y también quiere evaluar las alternativas a un método largo y costoso. Desde los orígenes, se le reprocharon a Freud menos sus ideas, sus juicios banales y próximos a los de Charcot y Janet, que la poca eficacia de su método. Durante el siglo XX, la controversia continuó a pesar de la marcha triunfal del psicoanálisis. Desde los años sesenta, los cuestionamientos han sido, en especial, más numerosos y han llevado al advenimiento de otras formas de psicoterapia en la mayoría de los países democráticos, en particular en Estados Unidos y en los países de Europa. No ha sucedido lo mismo en Francia, que sigue siendo, con la Argentina y Brasil, uno de los bastiones de la influencia psicoanalítica casi sin parangón hasta el día de hoy. Víctima del psicoanálisis (...) Centro hospitalario, consulta externa, un lunes a las dos de la tarde. Inicié mi primera entrevista en terapia cognitiva-conductual (TCC). El médico psiquiatra que me recibió comenzó inmediatamente el diálogo. Me preguntó por qué había venido, cuáles eran mis dificultades. Yo le expliqué mis perturbaciones y qué cosas me invalidaban en la vida cotidiana. Después de haberme planteado algunas preguntas suplementarias, me dijo esto: "A través de todo lo que usted me explicó, le puedo decir que todo lo que usted describe lleva un nombre: agorafobia acompañada de una perturbación pánica. Es importante que usted sepa que yo entiendo lo que sufre, y que usted no está sola en este caso. Es una fobia conocida y que se puede tratar: podemos ayudarla". Siete años barridos en una sesión. Me sentía aliviada, ligera: yo no estaba loca, yo no era la única en sentir esas terribles crisis de angustia, yo podría librarme de ellas. Y ahora me sentía apoyada.(...) En 18 meses, hice progresos que no imaginaba que fueran posibles. Entonces, ¡existían otras terapias además del psicoanálisis! Enfoques sin un Gran Maestro todopoderoso ni discípulos fanáticos. Para mi, la solución vino de la TCC. Para otros, se tratará de otra forma de tratamiento. Hoy lo importante ya no es hacer del paciente una víctima, un ser pasivo al que se deja empantanado en un síntoma que sería "solamente" la parte visible de un iceberg... Que cada persona que sufra pueda ser aliviada prioritariamente de sus perturbaciones y síntomas por médicos y psicólogos que dialogan y que tratan. Cada enfermo, aún en el terreno de la salud mental, tiene derecho a un diagnóstico, a una explicación del enfoque propuesto por el terapeuta. El fin de un tratamiento debería ser el alivio del sufrimiento y la autonomía del individuo en una "alianza terapéutica" y humana. Es una cuestión de salud pública. El psicoanálisis saboteó a las madres Durante décadas, el psicoanálisis se dedicó a sabotear ese frágil lugar que la sociedad de los hombres había dejado a la mujer: su rol materno, la transmisión, con la vida, del amor, de la educación de los primeros años. Durante milenios las mujeres habían sido consideradas inferiores a los hombres, excepto en el dominio familiar, en el cual se les reconocía su competencia y su valor. Con el psicoanálisis ya no les queda ni siquiera ese espacio reservado a ellas. Durante mucho tiempo, Estados Unidos contribuyó a vehiculizar esas teorías culpabilizadoras de la madre hasta que la corriente de pensamiento freudiana perdió progresivamente su vigor en los años ochenta y noventa. (...) La psicología moderna comprendió que el psiquismo humano no era un parque de diversiones en el cual uno puede permitirse enunciar pseudoverdades sin tener pruebas tangibles de lo que se postula. El drama psicológico que durante años vivieron cientos de madres de esquizofrénicos o autistas, acusadas de los peores delitos basándose sólo en la fe que se prestaba a un puñado de psiquiatras, resulta tanto más inadmisible si se atiende a que la investigación científica ha demostrado hoy que esas graves perturbaciones son en buena medida de origen neurofisiológico. ¿Qué consecuencias trágicas ha traído la culpabilización a ultranza de estas madres? ¿Cuántas madres han vivido con la convicción de que eran monstruos incapaces de amar verdaderamente a sus hijos? ¿Cuántos dramas familiares y vidas arruinadas? (...) Parecería que, en Francia, las madres son siempre consideradas peligrosas para sus hijos, y aun mortíferas. Tal como la Reina de la Noche, en "La flauta mágica" de Mozart, que quiere arrancar a su hija Pamina de la influencia de su padre, el sabio Sarastro, ellas se desgañitan en gritos histéricos y devastadores. No estamos hablando de algunos casos abusivos, de algunas madres: ¡no! Son LAS madres en general, TODAS las madres. ¿Dónde están los estudios, las investigaciones? ¿Sobre qué reposan estas perentorias acusaciones? Los mitos sobre la homosexualidad Freud enunció teorías muy refutables sobre la homosexualidad. No duda en citar a Iwan Bloch para afirmar que la homosexualidad "está extraordinariamente difundida en numerosos pueblos salvajes y primitivos". ¿De dónde viene, entonces, que la llame una "perversión"? De la madre, probablemente… Según el psicoanálisis, ella es muy a menudo la causa de los problemas. "Entre todos los hombres homosexuales, existió en la primera infancia, olvidada más tarde por el individuo, una relación erótica muy intensa con la persona femenina, generalmente la madre, suscitada o favorecida por la ternura excesiva de la madre misma, reforzada además por la retirada del padre en la vida del niño", escribió. Y si un homosexual afirma que su madre no suscitaba una ternura excesiva, Freud dirá que la ha "olvidado". Advirtamos sin embargo que, para Freud, no sólo los padres se ven cuestionados: la acentuación del erotismo anal también sería un factor que favorecería la predisposición. El erotismo anal es una idea que regresa numerosas veces en los escritos de los sucesores de Freud. Esto alude evidentemente a la práctica de la sodomía. ¿Pero no es ridículo vincular el fenómeno de la homosexualidad a una simple práctica sexual (que por otra parte no concierne a todos los homosexuales, ni es practicada por todos ellos)? Siguiendo la misma lógica, se podría decir que las mujeres que practican la felación ¡tienen una fijación con el erotismo oral! (...) Freud estaba impregnado de las concepciones de su tiempo, una época en la que se consideraba a las mujeres como inferiores, a los homosexuales como perversos y a los niños como a seres a quienes sólo una sólida educación podía conducir por el recto camino. ¿Era la suya, a pesar de todo, una luz liberal en un océano de oscurantismo? Podemos dudarlo si se considera que en su época vivía Havelock Ellis (conocido por otra parte por Freud, quien lo cita alguna vez). (...) Ellis estimaba que la homosexualidad podía ser considerada como una simple variación estadística, idea totalmente escandalosa en su época. Freud, mucho más conformista, la clasificaba entre las perversiones. Fernando Molina P. Psicologo |
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